jueves, 9 de agosto de 2007

La crème de la crème

He tenido dos conversaciones realmente magníficas en mi vida. Sólo dos. La primera, sobre las características técnicas de los tractores. Ya se sabe. Potencia, tracción, neumáticos, caudal del circuito hidráulico... Tremendamente instructiva.

La segunda sucedió hace unos cuantos años ya. Por aquel entonces yo me había arrejuntado con una prometedora moza de la alta sociedad. Su padre se afanaba por mantener bien atadas las rentas que le proporcionaban siete pisos de la zona noble de la ciudad, desde su propia y laberíntica residencia. Mientras yo le conocí el tipo debió cambiar unas siete u ocho veces de ratón. Diagnóstico: lesión del botón derecho incompatible con la vida por exceso de solitarios. Llevaba una vida vertiginosa.

El caso es que la chica estudiaba Administración y Dirección de Empresas en una bendita universidad privativa, de esas por las que se dejan caer regularmente ministros de Dios y del Estado. Fueron días de Golfs GTI y radiofórmulas, de camisas con caballitos y pantalones de pinzas. En mi descargo he de decir que era la única hembra disponible del grupo y que no, no tenía ninguna deformidad física discernible a simple vista, más allá de una agradable hipertrofia allá por la zona pectoral.

Un día fui a conocer a sus compañeros de facultad a un pub cercano que gozaba, y creo que sigue gozando, de gran predicamento en tales ambientes. Allí estaban, todos uniformados con sus camisas y sus pantalones de pinzas. Juro que a uno de ellos le estaba creciendo una corbata directamente de la nuez. No sabiendo muy bien de qué hablar hice una lista mental de charlas ligeritas y, dada la cercanía de ese extraño periodo universitario al que llaman vacaciones, que hay quien sigue manteniendo que no comprende todo el año excepto febrero, junio y septiembre, me decidí por saber dónde pasarían agosto. Para diferenciar entre el vástago de un señor del papel moneda y un pimpollo en época de vacas gordas lo mejor es plantear la disyuntiva playa o montaña. Si la respuesta es “puerto”, es que maneja de verdad.

La conversación degeneró sorprendentemente rápido en un concurso de metros de eslora. Quince, veinte, treinta y dos… “Pero el mío tiene un living precioso. El mío un camarote para el servicio. Pues el mío venía con un corbatero a motor. Sí, bueno, pero volvamos a las medidas.” Como el tema no tenía mucha miga desde una perspectiva freudiana e imaginármelos a todos con monóculo había dejado de tener ya su gracia, me volví hacia la chica que venía con ellos y le solté, con todo mi recién descubierto desparpajo:

- Vaya panda gilipollas, ¿no?

Ella me miró sin sorprenderse, me sonrió un instante y me dijo al oído:

- Ya te digo, el mío mide ochenta y tres.

Por favor, el batería, que remate el chiste.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

No entiendo la ausencia de comentarios en este gran blog
Gracias por amenizar mi jornada laboral
En serio, es genial!
Un abrazo a los tres
Una fan incondicional XD
Besos
Clara

Anónimo dijo...

Gilipollas?? Por muy intelectual y ácrata que uno sea, o se crea, tener un yatecito y tirarse el rollete con el que llega nuevo, digas tu lo que digas mola un güevo.
O tienes un yate pronto o lamentaras toda tu vida no haberlo tenido. Palabra de uno que no lo tiene, pero admira a los que lo tienen.

Anónimo dijo...

Soy el mismo de antes, se me olvido decirte que, filosofías aparte, escribes bien, jodio.

Anónimo dijo...

no toda la gente que tiene dinero tiene un yate o es asi de creida, yo creo que es peor aparentar que lo eres y no serlo, tampoco entiendo ese común prejuicio contra esas personas, puede que sea envidia, ya que es una lástima que desees tener lo que no posees

Timoteo dijo...

Siento disentir con el comentario anterior:

1. Los prejuicios son abosultamente necesarios. También ser capaz de superarlos bajo determinadas circunstancias.

2. Desear lo que no tienes no es lamentable, sino uno de los principales motores del mundo, algo que nos ayuda seguir avanzando en lugar de quedarnos estancados en nuestra autocomplaciencia.

Anónimo dijo...

discrepo.. los prejuicios son los que no te dejan seguir avanzando,
es un mecanismo que creamos y que se supera cuando lo convencional se personaliza.

Nihilia dijo...

Los pobres, ya que es ese el grupo en el que, prejuzgándome, me incluyes, tenemos la suerte, de cuando en cuando, de conocer e incluso trabar amistad con algún que otro rico que disfruta muy saludablemente de sus obscenos ingresos, el dinero está para disfrutarlo, faltaría más.

Esta misma conversación podría haberse dado entre "tuneros" irredentos charlando sobre la cantidad de alerones que les faltan para que su coche haga cuña en la tierra, no importa. Ellos estaban compitiendo, a través de sus yates, con los salarios de sus padres, al estilo patio de colegio. Por el qué dirán. De eso me troncho.

¡Un saludo capitán ;)!

Timoteo dijo...

Tengo que reconocer que no he entendido la oración "se supera cuando lo convencional se personaliza". No obstante, mi atrevida ignorancia me permite contestar: claro que los prejuicios permiten avanzar, avanzar cuando se superan y también manteniéndolos.

Los prejuicios son una herramienta fabulosa para no tener que perder el tiempo juzgando una y otra vez lo que ya hemos juzgado.

PD: No me explayo más con el asunto porque llevo unos días en que Telefonica no me concede más de tres minutos seguidos de conexión y no quiero tentar la suerte. Tal vez un día me anime con un artículo sobre los beneficios de los prejuicios.