martes, 7 de agosto de 2007

El caballero y la buena mesa

Se sentó a la mesa vacía dirigiendo una fugaz mirada de hastío por todo el restaurante. Desde que había vuelto odiaba las esperas, no toleraba bien la inminencia de las situaciones, así que decidió que iría eligiendo el vino y que, probablemente, tomaría un par de copas antes de que llegase el resto, en parte para que la botella semivacía actuase como reproche y en parte para tranquilizarse. En cuanto hizo un ademán para dirigirse al camarero un par de manos taparon sus ojos y exhaló un pequeño golpe de aire que pretendía convertirse en una llamada.

- ¿Quién soy? – exclamó una voz femenina con exultante alegría.

Se dio la vuelta sintiéndose un tanto avasallado, sabiendo de sobra quién era, y comprobó que habían llegado todos juntos. Por un momento se vio enfrentado a sus viejos amigos y no supo cómo romper la distancia que los separaba, hasta que la impulsiva Sandy decidió romper el hielo por las bravas y lo abrazó sin darle tiempo siquiera a levantarse de la silla. Recomponiendo su traje del abrazo de osa de Sandy fue saludando a sus viejos amigos y los invitó a sentarse. Antes de tomar mesa decidió que dirigiría la conversación hacia sus vidas como gesto de buena fe, por los viejos tiempos. Sus propias historias merecían hacerse esperar un rato aún.

La cena se fue desarrollando plácidamente. Sam y Martha habían tenido un hijo después de que Sam encontrase trabajo, finalmente, como mozo de carga en un polígono industrial. Pasaron los entrantes. Sandy pensaba que había encontrado al cuarto o quinto hombre de su vida. Primer plato. Paul se había mudado a un pisito de soltero a la ciudad, con su novio. Segundo plato. Logan había decidido tenía el talento suficiente para ganarse la vida como artista. Postres.

- Bueno, Timothy, cuéntanos. ¿Cómo es Irak? ¿Es tan duro como cuentan?

- Pues la verdad es que sí, en realidad sí –se reclinó en la silla, se tomó algo de tiempo para hacer una pequeña pausa dramática-. No es un entorno para cualquiera, desde luego. Hay que estar hecho de una pasta especial para desenvolverte allí, hay que ser un tipo muy duro. Irak te cambia, te modela a su antojo.

- ¿Pero por qué dices eso? –dijo Sandy con su inestimable optimismo, para ella siempre había marcha atrás.

- En éste pueblo todo es demasiado tranquilo, todo es lento y previsible. Allí dependes de tu estado de alerta, de tu sagacidad, tus compañeros dependen de lo engrasado que estés, no hay lugar para el error, para el despiste, debes estar permanentemente concentrado –tomó su copa de vino y bebió lentamente para comprobar el efecto de sus palabras, confirmando que toda la atención recaía sobre él, y continuó:

- Imaginaos en medio de una manifestación, rodeados por cientos de iraquíes en una pequeña calle de Bagdag. Rodeados de gente cabreada y armada. Muchos de ellos policías tan acojonados que dispararán a cualquiera que haga algo raro con las manos, provocando aún más caos. Todo el mundo gritando y disparando hacia el cielo. De repente escuchas unos gritos que no siguen al resto. Tienes tres segundos para tirarte al suelo, antes de que acabe la oración. Después, una explosión y ahí estás, tirado en el suelo hasta arriba de polvo y con trozos de iraquí por todo el cuerpo. Te levantas como puedes. Compruebas cuántos de tus compañeros siguen vivos y cuántos de ellos te van a servir para algo. La gente se arrastra hacia ti y te suplica que la ayudes. Otros piden que los remates. Y tú, mientras tanto, pensando en quién será el siguiente en explotar, cuando la gente crea que ha pasado el peligro y se acerque para ayudar. Con el fusil en alto… – se dio cuenta de que no podía continuar. Ninguno de sus amigos comía ya.

- Bueno, perdonadme. La verdad es que me alegro de estar de vuelta…

- No te preocupes, has pasado por algo terrible pero ya estás aquí – se apresuró a decir Paul tendiéndole la mano-. Además, seguro que podemos encontrarte a alguien para que se te olviden los malos tragos.

- Mierda, Paul. Ya sabes que no me gusta hablar de sexo en la mesa.

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