Como ya relatásemos hace un tiempo, el Estado Español, vía Comunidad de Madrid, había decidido tomar medidas punitivas contra uno de los prohombres del Gobierno Tricefálico Vitalicio, bajo la acusación de castigarse el hígado y alegrarse el alma en plena rúe. La sanción de marras consistía en la asistencia a una Jornada Formativa en Materia de Prevención de Drogodependencias en la que, durante dos horas, nos darían la chapa sobre las vergüenzas del bebercio, ya fuese consumido en vía pública o respetando escrupulosamente la ley. Que nadie les explique el matiz, que la alternativa son trescientos euros.
Pues bien, al fin llegó el día de saldar cuentas y allí me presenté, dispuesto a relatar a mi vuelta en qué se anda gastando la Comunidad de Madrid sus impuestos y los míos. Hice aparición con la puntualidad que me caracteriza, sobre la campana, y el agente de la recepción me ordenó, al más puro estilo marcial, que ¡pasase, por favor!, para tomar mi nombre y apellidos. El ritual se repitió unas cuantas veces más con los últimos rezagados, con lo que pude comprobar que éramos varios los que portábamos el mismo insigne apellido. Todos Martínez. Todos primos.
Una vez ubicado en el hall de entrada, esperando sin saber muy bien qué, hice un somero repaso de la parroquia. Había mayoría de “Güijkys con Red Bull” en chándal de gala y “Rones con Cola” de ambos sexos, seguidos de unos cuantos “Tequilas”, un par de “Calimotxos”, un “Litronas”, un grupito de “Malibús con Piña” y una inclasificable a la que llamaremos “Angostura con Granadina”, por poner algo.
Pronto nos informaron cortésmente de que ¡podíamos pasar a la sala, por favor! donde se impartiría la charla. Me preguntaba si alguien habría tenido la genial idea de que la ponencia la realizase un agente disfrazado de mascota, al estilo yanqui: “Botellín, la mascota del saber beber” te enseña civismo. A nadie se le había ocurrido. Una lástima, no se pueden perder estas oportunidades así como así.
Nos condujeron a un aula bastante amplia, repleta de pupitres diseñados para que un pigmeo no pudiese escapar una vez sentado, un ordenador y un proyector que, vista la nitidez con la que vomitaba imágenes, debía andar de resaca. Un agente de paisano con aires de profesor enrollado nos esperaba, invitándonos a tomar asiento y ponernos cómodos para, acto seguido, amenazarnos con poner un vídeo didáctico: “El vídeo no me parece muy bueno, pero ya que lo han hecho vamos a verlo”. Una introducción de cine.
Por cierto, si alguien anda preocupado por el despilfarro en las administraciones públicas, que se quede tranquilo. La imagen la pasaron por un proyector, sí, pero el audio provenía directamente de los altavoces del ordenador. Despeinados nos dejó el sonido. Qué potencia. Comenzó la función.
Al más puro estilo minuto del odio orwelliano, un narrador iba desgranando las miserias del alcohol, sobre una música machacona digna de la rave más desbocada, mientras se proyectaban rostros desencajados, miradas perdidas, el vacío, el horror: la náusea, señores, la náusea.
Gracias al narrador, los presentes pudimos comprender de una vez por todas que “el alcohol no es un alimento” o que “provoca alcoholismo”, y otras lindezas que no revelaré por no volver abstemio a todo transeúnte que pase por aquí, que uno se dedica los fines de semana a promocionar exquisitas libaciones por los bares y tiene que velar por sus ingresos.
Tamañas revelaciones se iban intercalando con un virtual “Chat Botellón”, brillante idea con la que unos profesionales del doblaje declamaban los argumentos de los jóvenes con una intensidad shakesperiana. Espeluznantes los “¡jo, machos!, los “¡qué chungo, troncos!” y los “¡mola mazo, tíos!” interpretados calavera en mano.
El agente de paisano debió sentir el sonrojo generalizado, porque decidió poner fin a nuestra agonía e intentó articular un debate. El caso es que el agente trabajaba bastante bien. Consciente de que su público no estaba para muchas gaitas, y que algunos venían con ánimos reivindicativos, tuvo especial cuidado en mantener un tono alejado del reproche paternalista y escuchar respetuosamente los argumentos más inverosímiles. Por supuesto todo el mundo, desde los “Güijkys con Red Bull” hasta “Angostura con Granadina” pretendían hacerse pasar por “Trinaranjus, que no tiene gas”, y todos los policías habían sido unos taimados hijos de mil padres que, por descontado, los habían denunciado injustamente. Que esto no es mío, que se lo estoy sujetando a un amigo, señor agente.
Cuando terminó la charla se lo dije: “Has hecho de la charla algo sorprendentemente ameno. No sé cómo puedes hacerlo, dando cinco o seis al día”. Me miró y se sonrió. Para mí que este empina el codo.
3 comentarios:
me ha encantado "botellín" el cívico y lo de los pupitres para pigmeos jajaja. Tío me estoy haciendo fan tuyo!!
Desternillante, Nihilia. ¿Y real como la vida misma? Por cierto, el narrador del vídeo... ¿diegético o extradiegético?
Para mí que, si tanto sabía, sería por algo, aunque él intentase hacer como que la cosa no iba con él...
...y, sí, es real, ahora estoy mirando marcos para el certificado de asistencia.
En otro orden de cosas, brindo por su asistencia en "la callecita", un verdadero placer tenerle por aquí y poder leerle, esperamos la próxima ronda, ¡salud!
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