Hará un par de meses ya que se presentó en mi casa la cartera más peculiar de todo el barrio con un sobre verde de considerable tamaño. Esta cartera es toda una institución, ya que se hace acompañar en sus entregas por dos perretes bastante hijoputas que tienen asolada a toda la población de felpudos del barrio. Mientras que la señora recogía mis datos y yo le pegaba patadas con disimulo a uno de los chuchos, que ya tenía una pata levantada y la chorra a punto de caramelo, fui inspeccionando el sobre. Color verde pistacho. Tamaño folio. Escudo de España. “Tribunal del Jurado”. “Audiencia Provincial”. Mal asunto. “Pringao”, faltaba, con letras rojas y un sello con un magistrado haciéndome un calvo. Me ha tocado ser jurado. Jurado popular, para más INRI. Habrase visto.
Resignado, me senté en el sofá y comencé a investigar el contenido del sobre. Un libreto con las normas del jurado a medio imprimir, muy bien, un cuestionario de dos páginas y un manual de siete para rellenarlo, fantástico, una hoja para el pago de dietas, hombre, esto no está mal, un mapa cutre para que me pueda perder, bárbaro, y un montón de papelajos con los cargos y los nombres de los acusados… El resto puede esperar. Vamos a ver quiénes son los perlas.
Con la mafia rusa nos hemos topado, eso es seguro. Jamás había visto tanta consonante junta y tan pocas vocales en un apellido. ¿Pero qué clase de apellidos son estos? Les pones un par de números y parecen la clave del Windows. ¿A qué mente perturbada se le ocurrió montar esto así? Me imagino la escena. El pueblo reunido en sesión plenaria repartiendo los apellidos:
-Bueno, visto que no podemos ponernos de acuerdo, y que todos quieren apellidarse Smirnoff, que cada uno diga una letra y a tomar por culo. Venga, Grwiszky, di tú una.
-¡La "k"!
-Joder, la “k”. Bueno, venga, Slazkyprvszky, di tú otra.
-¡La “w”!
-¡Coño Slazkyprvszky! ¡Siempre con la puta “w”! ¡Di otra!
-Estoo… ¿la “y”?
-“La y, la y”… cagoen… a ver cómo ha quedado… Gorbynsky… ¡Coño! ¡Gorbynsky! ¡El mejor en meses! ¡Barra libre de mamadas!
Total, que rellené los formularios mientras usaba el manual de mantel, lo metí todo en el sobre, escupí en el sello con un poco de mala leche y lo mandé un día tarde, con la esperanza de poder echarle la culpa a la colgada de los perros. No hubo suerte. Una semana antes de mi primera cita con la justicia, me llegó un telegrama amenazándome de “apercibimiento” en caso de que no fuese.
Como no quería que me “apercibiesen”, no fuera a ser peor de lo que me imaginaba, allí me presenté. Nada más llegar, buen rollo. Recordaba la fachada del edificio por la tele, recordaba a Rodríguez Menéndez, rodeado por un par de putones empitonaos, masajeándolas el culo en medio de una nube de periodistas. Poseía el hombre un ideal de belleza bastante obvio, desde luego, pero, salvo por lo estético y por lo legal, ese hombre era un ejemplo para el resto para el resto del género. Imaginarme a mí mismo rodeado de putonazos neumáticos me dio fuerzas para continuar.
Entré en el vestíbulo, donde me esperaba una policía de esas que tanto nos gustan. Cara de niña buena, ojos azules a juego con el uniforme del cuerpo y el pelo recogido con una cinta que poder quitarse grácilmente mientras te cabalga como una gacela. Sí, una de esas, metralleta en mano. Ñam, ñam. Con la sonrisa decorada por la baba dejé mi bolso, ejem, mi bandolera sobre la cinta del detector de metales y pasé el arco. Mierda. Ahora caigo. Vengo armado hasta los dientes. Todo el equipo del perfecto promotor de bebidas alcohólicas, incluyendo los reglamentarios cuchillos, azote de limones. Pitido chungo. Manos a las pistolas.
-¿Llevas cuchillos, verdad? ¿Puede saberse por qué?
Por la puerta grande. Has entrado por la puerta grande. Dudé un momento si era un buen o un mal momento para enseñarles mi imitación de Neo: “¡Entregadme a Morfeo o sufrid las consecuencias, muahahaha!”, pero me decidí por el típico balbuceo de sumisión:
-Esto es para cortar limones, que pongo copas por los bares y pensaba devolverlo a la agencia después del juicio y tal…
-Confiscao hasta que salgas.
-Pero qué bien te comes las “des”, preciosa.
-¿¡Cómo!?
-¡Que es usted una agente muy talentosa!
-Anda tira.
Mi número de los cuchillos cortando latas al garete, otro día será, en fin. Con las piernas temblando me acerqué al mostrador y le di el telegrama a la funcionaria, que me dedicó unas cuantas caras raras bastante logradas, hasta que me dijo:
-Uy, pero si hoy “no hay jurados".
-¿Cómo? Pues en el telegrama dice que…
-Si, ya, pero hoy no hay jurados… Mira, sube a la planta 11, a la Oficina del Jurado y pregunta allí.
-Pero cómo…
-Planta 11.
-Ya, y entonces…
-Oficina del Jurado.
¡Por Tutatis! Ahora empieza lo bueno. Ya lo estoy viendo, tres horas dando vueltas, subiendo plantas, bajando plantas, hablando con gente que te manda a otra gente que te remite al lugar del que vienes hasta que acabas en los calabozos con espumarajos en la boca, aferrado al brazo desmembrado de un letrado.
Felizmente no fue así, y en la oficina de marras me dijeron que un testigo no había podido llegar a tiempo y que habían decidido aplazarlo todo… unos dos meses, para que le diese tiempo esta vez al buen hombre. Pues nada, pues gracias por avisar. “Pringao”, tenían que poner en el sobre que te mandan:
pringao.