Hace muchos años, cuando el fútbol era un deporte sucio, cuando los presidentes no hacían comidas previas de hermandad, cuando España era primitiva y la gente se ostiaba por seguir los colores, cuando el Bernabeu era un circo donde no había asientos para la clase baja, campeaba por España un peculiar individuo. Carlos Bilardo. Tuvimos ocasión de verle entrenar durante un tiempo a aquel efímero Sevilla de Maradona.
Bien, la secuencia es esta: Diego Armando llega tarde a un cruce con Albístegui, jugador del SuperDepor, y le arrea una patada en la cara partiéndole el tabique nasal. Vemos que se avalanzan varias personas sobre el lugar de la conflictiva jugada, entre ellos un inocente medico del Sevilla. Bilardo que ve como el medico de su equipo por solidaridad, se lanza a ayudar al contrario, se empieza a subir por las paredes.
-¡Domingo, la puta que te parió boludo, en vez de agarrar a Diego, agarras al otro!. ¡Los nuestros son los de rojo no los azules!.
Domingo, el medico, ante este conjunto de improperios, vuelve escaldado al banquillo mientras Bilardo le reprende.-¡Ah, que carajo te importa el otro! ¡pisálo, pisálo!
Días, e incluso años después, cuando un chavalin en cualquier patio de colegio, en una pachanga intentaba placar al delantero rival, el capitán del equipo le gritaba.
-¡Pisalo, pisalo!
II
Nos encontramos en la semifinal de la Recopa que ganó el Zaragoza en París, contra un Chelsea que ya apuntaba maneras. Estadio de la Romareda. Los hinchas londinenses están bebiendo demasiada cerveza y también hinchando las pelotas a los cuerpos de seguridad del estado. Hacia el minuto 60 del partido la policia empieza a repartir ostiejas a los Holligans. La afición del Zaragoza arenga a los agresores.
-¡Pi-sa-lo, Pi-sa-lo!
Cuando la hinchada rival consigue oir estas palabras, los hijos de la pérfida Albión instantáneamente dejan de pegarse con los antidisturbios, y se ponen a aplaudir a los aficionados del Zaragoza. Imaginense la perplejidad.
Al dia siguiente los tabloides británicos, ensalzan la actitud del graderío maño, ya que cuando los antidisturbios masacraban a los fieles seguidores, una única y pacífica voz se impuso en el estadio: Paz y amor. Paz y amor.
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